El Faro de Mar del Plata


El Faro de Mar del Plata
 



 
El faro de Mar del Plata


Los faros tienen
siempre un encanto singular: solos, erigidos
sobre una roca, desafían las tempestades y
la niebla con el único objeto de hacerse
visibles y presentes para orientar y salvar
de un seguro naufragio a los navegantes que
hace pocos años tenían, solo como recurso,
la observación visual. Hoy, a pesar del
aporte de las más modernas tecnologías,
llámense radar o GPS, al faro se le reconoce
como un medio imprescindible para la
navegación, ya que funciona de forma
autónoma y no depende de un corte del
suministro de electricidad, imprescindible
para aquellos artefactos.



Los faros son medios imprescindibles y
seguros para la navegación

Y Mar del Plata nos
da la oportunidad de despertar esos
sentimientos, con el faro de
Punta
Mogotes
. Emplazado algo más al sur de
Punta Cantera
, un pequeño promontorio
que se desliza dentro del mar, forma parte
todavía del sistema orográfico de sierras
del centro de la provincia de Buenos Aires,
llamado Tandilia. La zona está
formada por pequeñas elevaciones aplanadas,
que se adentran también bajo las aguas, muy
bien conocidas en Cuba como mogotes.
De aquí el nombre Punta de los Mogotes y del
faro. Originariamente la zona se llamaba
Lobería Grande
, por las grandes colonias
de lobos marinos allí establecidas.

El faro de
Punta Mogotes se
ubica geográficamente en latitud 38º 05′
30″.3 S y longitud 57º 32′ 41″.4 W. Su
construcción se realizó en Francia en la
empresa de los arquitectos Barbier, Benard y
Turenne, con sede en París, quienes también
diseñaron los faros de punta Medanos,
Recalada y Monte Hermoso.

La estructura se transportó
desarmada y fue ensamblada pieza por pieza
en el lugar al comienzo del año 1890 por los
mismos arquitectos y un constructor
destacado de la época, Pedro Besozzi. Se
inauguró el 5 de agosto de 1891 y ocupó en
total una hectárea donada por Jacinto
Peralta Ramos, a la sazón dueño de aquellos
terrenos.

Básicamente este faro
consiste en una torre metálica, cuya
estructura está construida mediante chapas
de hierro de seis milímetros ensambladas con
remaches y con un esqueleto de hierros
angulares y perfiles en forma de U, apoyada
sobre una base de piedra. La estructura
central, parte del total de 35,5 metros de
altura es de forma tronco cónica, en la
parte superior sigue con una garita
cilíndrica vidriada para el aparato
luminoso. El faro estuvo posteriormente
pintado con cinco franjas de color blanco y
negro y su base de color gris claro.

Su primer aparato luminoso
consistía en una lámpara con keroseno de
cinco mechas al nivel constante con luz
blanca giratoria de diez segundos de
exposición por cada minuto.



Una visión de playa Carenas, desde lo
alto de la torre del faro

El faro también es un
radiofaro
, es decir, emite una señal
cada tantos segundos en código Morse, de
manera que los barcos con radiogoniómetro
pueden individualizar la dirección de la
señal, hacer la debida corrección y con
otras variables determinar la posición de la
nave o simplemente tomar la señal como medio
de llegada al puerto de Mar del Plata. El
sistema fue inaugurado en 1934, que para esa
fecha constituyó el primer radiofaro de las
costas argentinas.

Hoy la estructura de hierro
está pintada con tres bandas horizontales
rojas y tres blancas, con alrededor de 35,5
metros propios y 55 metros en total sobre el
nivel del mar. El haz de luz, por lo tanto,
puede observarse a una distancia de 15,4
millas náuticas, unos 28,5 kilómetros. Si se
subiera hasta la plataforma de las luces y
se mirara la línea del horizonte aparente,
este estaría a la distancia mencionada.

En el interior del faro,
desde su base, por una puerta mirando al
Este, se atraviesa un pasillo para llegar al
primer escalón de los 154 que componen la
escalera tipo caracol, para interrumpirse en
la sala de guardia. De aquí deben subirse
todavía otros 24 peldaños para llegar al
espacio rodeado de vidrios espesos, montados
en marcos de bronce, donde está emplazado el
sistema reflector de luz.

En otros tiempos, faltos de
tecnología, un torrero cuidaba la mole. El
más distinguido fue uno apellidado Müller,
quien, vestido con sus mejores galas,
durante muchos años los domingos recibía con
numerosas explicaciones a los escasos
visitantes, pues el sitio era bastante poco
accesible a los paseantes.

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